El niño tiene mayor necesidad de movimiento que el adulto. El caminar, correr, trepar, flexionarse…, da al organismo el desarrollo que reclama. Quedaríamos exhaustos con la décima parte del ejercicio que hace un niño de 3 o 4 años; y nos cansamos solamente de verlo en movimiento…
Este es el requisito normal de la edad, y no tiene que preocupar al educador. Por el contrario, debe preocuparse si el niño permanece excesivamente quieto; sería una indicación de enfermedad o anomalía.
El niño agitado
Distinto es el caso del niño agitado: ya alcanzó la edad escolar (7 a 11 años), y no tiene un comportamiento normal:
- sentado, se mueve en cada momento, cambia de posición en la silla;
- habla mucho, muy alto y muy rápidamente;
- gesticula desordenadamente;
- cuando se calla un momento, silba, canturrea, golpea las manos o los pies;
- saca los objetos de los lugares;
- camina a tirones repentinos, tropezando en las sillas y haciendo ruido con los pies;
- perturba los juegos en que participa;
- provoca a los hermanos mayores y lucha con los menores de edad y los colegas;
- tira de la cola al cachorro y molesta al gato;
- se comporta mal en la mesa;
- está lleno de tics (muerde las uñas, pestañea, tose…);
- alterca con los padres y no tiene cuidado de las órdenes recibidas;
- es desorganizado en la manera de trabajar;
- después del castigo, gesticula;
- se mezcla con todo;
- destruye los juguetes y los libros;
- nada lleva a término, porque no tiene perseverancia;
- es un remolino constante.
Es difícil obtener que estudie las lecciones y haga los ejercicios de la escuela; se levanta diez veces del lugar, finge necesidades, pregunta esto a aquello a la madre, no aplica las reglas enseñadas, no resuelve los problemas porque “no tiene tiempo” de razonar.
Solamente obtiene alguno éxito en la escuela, si es suficientemente inteligente y tiene memoria excelente. Incluso así, los resultados no corresponden a sus talentos. De hecho, la atención que obtiene para los estudios es corta, como breve el tiempo que se mantiene disciplinado.
Si esta clase de niños no es tratada, tendremos uno más de esos adultos que no duran en un trabajo, no conservan las amistades, cambian de casa con frecuencia, no se peinan, son desordenados en la indumentaria, y que siempre comienzan los trabajos que nunca terminan.
Tipos de agitación
A veces, es un buen niño, apenas muy inquieto y un poco indisciplinado. Es desobediente, pero por falta de fuerzas para hacer lo que se le pide y él desea hacer. La indisciplina le viene de la incapacidad de detenerse, de dedicarse a la misma tarea durante un largo plazo, no por rebeldía o insubordinación. Hasta quisiera aprender bien la lección y presentar los ejercicios para agradar al profesor, pero no lo consigue.
Lo llaman indiscreto, porque dice todo cuánto sabe, sin medir las conveniencias, y todo quiere saberlo; lo llaman rompetodo porque destroza y desplaza todas las cosas, pero sin maldad y con la inocencia más grande del mundo.
Se agita por la necesidad de actividad intensa, del ruido y movilidad constantes, que a veces intenta moderar, sin conseguirlo.
Su dinamismo es superior al común de los niños; lo cual indica un alto voltaje vital, y también justifica una debilidad evidente de la voluntad frente a las tendencias, y denuncia una falta de los educadores en su guía.
En todo caso, esta agitación es preferible a la calma de adulto de algunos niños, que tanto satisface a los padres y a los maestros poco advertidos.
Otras veces, sin embargo, pueden aparecer en él signos de rebelión, de venganza y de odio. Ya no se trata simplemente de un niño agitado y turbulento: su desobediencia es provocada, su indisciplina es insubordinada, sus destrucciones son vengativas.
Causas de la agitación
¿Cuáles serán las causas de la turbulencia infantil? Unas son enfermedades, sea orgánicas, sea neuropsíquicas, y compete al médico diagnosticarlas y remediarlas. Para ello es necesario llevar al niño desde el momento que se demuestra excesivamente agitado.
Más común son causas pedagógicas, fruto de los errores de los padres y de otros educadores, en el trato afectivo y educativo del niño:
- no hay unión ni calma, sino desequilibrios y tormentas en el ambiente del hogar;
- el hijo es mimado o preferido;
- es tratado sin coherencia, con alternativas de afecto y de agresiones;
- los padres no tienen una línea segura en la educación de los niños;
- no están de acuerdo en la línea establecida (uno permite lo que el otro condena);
- el niño se convierte en el centro de las atenciones de todos, llamando la atención sobre sí mismo.
Puede suceder que, queriendo corregir al hijo agitado, los padres obtienen solamente agravar el mal. La represión exagerada llega a ser tan contraproducente como la ausencia de corrección. Los castigos físicos, la carencia de las relaciones afectivas proporcionadas, las actitudes severas de los padres, la segregación de la vida social de la familia…, pueden llevar al niño a la turbulencia.
Todo lo que irrita, molesta, deprime, presiona también conduce a la turbulencia, agravada con la rebelión y el deseo de venganza. Los padres y los maestros deben evitar las burlas, las humillaciones, las injusticias y las comparaciones odiosas, que hieren profundamente el espíritu infantil y provocan reacciones enérgicas.
Es entonces cuando la agitación se torna agresiva:
- en el deseo de desarrollarse normalmente, el niño arremete contra los obstáculos que se le oponen; para proyectarse (como es natural que lo haga), busca romper las paredes que lo rodean;
- sintiendo que lo disminuyen, se rebela contra los “enemigos”, odiándolos (consciente o inconscientemente), vengándose de ellos (satisfecho de verlos contrariados).
Al contrario del que es simplemente agitado y que se duele de molestar a los adultos pero no obtiene corregirse, el niño agresivo siente placer en el desagradado que sus actitudes provocan…
Si es por inferioridad, cualquiera que sea (orgánica, afectiva, económica, intelectual, social, etc.) el niño se ve relegado, pero desea aparecer, busca llamar la atención sobre sí mismo por la turbulencia. Ésta, sin embargo, no es su intención concienzuda.
Evidentemente, la situación se agrava mucho, cuando la agitación tiene causas en las enfermedades y cuando es pedagógicamente mal tratada.
Tratamiento
Cierta señora fue a quejarse a San Felipe de Neri de que su marido, entrando mal en casa, comenzaba las peleas. Le dio el santo una botella con agua; de la cual debía tener siempre la boca llena, mientras el marido permaneciese en casa. Garantizó el santo que de este modo había curado a muchos maridos. Poco tiempo después recibió la certificación de la ingenua pero obediente señora, que regresó para alabar la eficacia del remedio. El marido estaba mucho mejor…
No admiren los padres, si les prescribimos los remedios que deben tomar… para curar a los niños… En el trato con los educandos, las orientaciones educativas, los asistentes familiares saben que el mejor remedio para los niños es la curación de los padres.
¿Cómo realizarlo?
Veamos lo que se ha de hacer para corregir a los agitados.
Ambiente de calma
- La vida doméstica debe ser tranquila, sin discordias ni desacuerdos, respirándose calma y paz.
- Los educadores y los educandos deben hablar en voz moderada, como gente civilizada, sin gritos ni alteraciones, incluso (y principalmente) cuando sea necesario corregir o reprender.
Relaciones tranquilas con el niño
Esta calma deben guardarla los padres (y los adultos en general) sobre todo en sus relaciones con los niños; y tanto más tranquilos se mostrarán cuanto más agitado esté el niño.
Continuidad educativa
- Para dirigir con seguridad la educación, guarden los padres (y los otros educadores) la coherencia y la continuidad de la acción educativa. Los niños, incluso los más calmos, se desorientan cuando prohibimos hoy una cosa que permitimos ayer. Lo mismo sucede cuando el padre no admite lo que autoriza la madre (o viceversa).
- Den a los niños una libertad razonable, conservando sin embargo el cuidado de ver cómo proceden. La libertad extrema conduce al abuso, sobre todo en los que todavía están en formación. Pero las prohibiciones numerosas y muy exigentes exasperan hasta al más tranquilo…, ¡cuánto más a los agitados!
Ejercicios al aire libre
Los niños necesitan (mucho más que nosotros) las actividades físicas, juegos, correrías al aire libre. Importa mucho dejar el tiempo para estas actividades, proveyéndoles el lugar, los juguetes, los amigos y tiempo para ejercitarlos.
Tratándose de los agitados, hay que darles ropas fuertes, juguetes resistentes y compañeros idóneos, de modo que puedan descargar los excesos de energía. Así obtendremos más fácilmente los momentos necesarios de calma para los estudios, la oración, la vida social, etc., y al mismo tiempo les proporcionaremos la ocasión para el desarrollo de sus fuerzas naturales.
Es infundado el miedo de los padres a los accidentes en juegos un poco más violentos. Y aunque sucediesen (raramente), no hay nada como una experiencia desagradable para frenar ciertos excesos.
Descanso suficiente
Es necesario tranquilizar a los agitados. Ir a dormir temprano y despertarse temprano es más imprescindible en este caso que para el resto de los niños. Por muy calmo que sea un niño, acabará nervioso y agitado, si habitualmente se acuesta a las 21 o a las 22 horas. Sería provechoso acostumbrar al niño a la siesta después del almuerzo para regular la tensión nerviosa.
Tareas tranquilizantes
En este trabajo de tranquilizar, los medios más eficientes son:
- darles tareas tranquilizantes, como la colección de estampillas, juegos de paciencia, palabras cruzadas, etc.;
- acostumbrarlos a oír música armoniosa, reposante, educativa; y orientarlos hacia escuelas de música, grupos corales, o para aprender un instrumento.
Para oír una buena música hace falta silencio. Muchas personas son incapaces de oír, porque no saben callar. Pero, evidentemente, los niños deben ser preparados pacientemente para gustar de la música y saber apreciarla.
- reducir la audición de los llamados programas populares de radio, programas tan anti pedagógicos como excitantes de los nervios;
- no permitir las películas y los programa de la TV de aventuras, ni las historias de bandidos, ni los que perjudican el sueño;
- acostumbrarlos al trabajo normal, de acuerdo con la edad, el sexo y los gustos.
Ayuda de los educadores
Si para cualquier niño es de importancia extrema que confíe en los adultos que lo rodean, aún más importante lo es para el agitado. Su inestabilidad necesita un soporte: debe saber que sus padres y maestros lo aman.
Así, deben éstos:
- demostrarle afectividad moderada y comprensiva, sin recriminaciones que agotan, sin demasiados consejos (ni irritantes), sin recomendaciones desproporcionadas y… contraproducentes;
- tratarlo con el mismo amor y afecto que a todos los otros;
- estar a su lado cuando sea víctima de su propia excitación.
Que el amor que se le prodiga no sea un indulto para sus necedades, sino el tratamiento que necesita.
Que sienta el amor, incluso cuando no le gustan las normas que se le imponen.
Deje que lo perciba, sin necesidad de decírselo…
Cuando su confianza en los educadores sea sólida, él mismo se calmará, y sólo será presa de la agitación producto de la enfermedad o del temperamental.
Por Monseñor Álvaro Negromonte y revisado por el Hermano Gamaliel Gorostieta
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