Es fácil constatar, en algunos cosmólogos contemporáneos, cierta tendencia a buscar modelos físicos de la creación a partir de la nada que no requieran de ningún agente sobrenatural.
¿Es posible para la ciencia actual proporcionar una descripción adecuada del universo sin necesidad de recurrir a la idea de creación a partir de la nada? ¿Existen hipótesis cosmológicas que hagan innecesario el planteamiento teísta de la creación o, por el contrario, hay indicios en los modelos actuales de la necesidad de un Dios creador? Para muchas personas estas cuestiones carecerían de interés ya que suponen que las ciencias naturales y la teología están tan alejadas entre sí que todo diálogo entre ellas sería poco menos que imposible o absurdo. Desde semejante perspectiva, no suele aceptarse que conceptos como el diseño divino, la creación, la providencia o la propia divinidad sean compatibles o tengan algo que ver con esa otra disciplina científica de la física, conocida como cosmología moderna. Según tal planteamiento, los teólogos deberían dedicarse exclusivamente a comentar el contenido de la revelación bíblica, mientras que los hombres y mujeres de ciencia tendrían que limitarse a formular teorías sobre el mundo material para contrastarlas experimentalmente. Y así, ciencia y teología serían como líneas paralelas que, como todo el mundo sabe, por mucho que se prolonguen jamás interfieren entre sí. ¿Es este planteamiento segregador adecuado para regular las relaciones entre ciencia y teología? En mi opinión, no sólo no lo es sino que -como veremos- tampoco resulta posible desde una lógica equilibrada. Es fácil constatar, en algunos cosmólogos contemporáneos, cierta tendencia a buscar modelos físicos de la creación a partir de la nada que no requieran de ningún agente sobrenatural. Es decir, una creación sin Creador que dependa exclusivamente de procesos físicos naturales. Un universo sin principio, a pesar de la teoría del Big Bang, que se hubiera creado a sí mismo. En este sentido, el famoso físico Stephen Hawking no se corta un pelo al proponer una solución teológica para sus hipótesis cosmológicas. En su obra Una historia del tiempo escribe: “En tanto en cuanto el universo tuviera un principio, podríamos suponer que tuvo un creador. Pero si el universo es realmente autocontenido, si no tiene ninguna frontera o borde, no tendría ni principio ni final: simplemente sería. ¿Qué lugar queda, entonces, para un creador?”.1 La verdad es que, si Hawking estuviera en la cierto, a Dios le quedaría poco que hacer en un universo formado por las solas leyes físicas. A excepción quizás de las propias leyes físicas. En la misma línea, otro cosmólogo de la Universidad de Stanford (California), Andréi Linde, sugiere su “teoría de la inflación eterna”, en la que la Gran Explosión no sería más que un episodio de una cadena infinita de grandes explosiones en la que el cosmos se crea y destruye a sí mismo de manera periódica e interminable.2 Por su parte, Alexander Vilenkin, de la Universidad Tufts, también en Estados Unidos, propone que el universo pudo nacer mediante un “efecto túnel cuántico desde la nada”. Dicha “nada” sería un estado sin el espacio-tiempo clásico en el que todas las nociones básicas de espacio, tiempo, energía, entropía y demás, perderían su sentido actual.3 Lee Smolin, otro físico teórico estadounidense dedicado al estudio de la gravedad cuántica, se imagina toda una cadena de universos que evolucionan según una especie de selección natural cosmológica. Nuestro universo sería -en su opinión- como una ciudad que se crea a sí misma pero sin un creador concreto. Sólo dependiendo de leyes eternas e impersonales.4 Neil Turok, de la Universidad de Cambridge, desarrollando la teoría de cuerdas ofrece un modelo en el que el universo sería el resultado de una majestuosa colisión entre enormes membranas de cuatro dimensiones. Tampoco habría principio ni fin sino sólo un infinito ciclo de universos en colisión con otros universos.5 Y, en fin, Sir Martin Rees, aboga por la teoría del multiverso en la que nuestro universo sería como un átomo seleccionado de entre un conjunto infinito de universos.6 A la vista de todas estas hipótesis contemporáneas, ¿está realmente la ciencia a un paso de demostrar que el universo empezó a existir sin causa? ¿Podrán los cosmólogos evidenciar que Dios no existe o, por lo menos, que resulta innecesario para la creación del mundo? Yo creo que estamos ante una importante confusión de términos entre la ciencia y la teología. Tal como señala el teólogo e historiador de la ciencia de la universidad de Oxford, William E. Carroll, la investigación científica sólo puede ocuparse del estudio del cambio en los seres naturales, mientras que la creación original no es ningún cambio material y, por tanto, la ciencia no puede decir nada de esta cuestión que es eminentemente teológica.7 A pesar de tales especulaciones cosmológicas revestidas de ropaje matemático, es absolutamente imposible para la ciencia física explicar el acto mismo de la creación, ya que todo lo que dicha disciplina puede describir es la transformación de unos estados materiales o físicos en otros diferentes también físicos, pero no la existencia absoluta del ser a partir del no ser, o de la nada absoluta. Esto es precisamente lo que significa el concepto teológico de creación a partir de la nada (creatio ex nihilo). De manera que ni la física ni la cosmología han logrado, o podrán lograr nunca, un modelo científico capaz de explicar la creación original a partir de la nada o de eliminar la necesidad del Creador. No puede haber verdadera creación a partir de la nada, sin Dios. En mi opinión, lo que sí puede aportar la actual cosmología a la teología es una mejor comprensión y defensa de la doctrina bíblica de la creatio ex nihilo aunque, desde luego, jamás pueda llegar a demostrarla. Si aceptamos un Dios que está más allá del espacio y el tiempo, no podemos ignorar todo lo que la física contemporánea dice sobre la naturaleza del espacio y el tiempo. Las ciencias naturales estudian la materia, las leyes del universo, así como las relaciones existentes entre los seres materiales del universo, con el fin de ofrecer “explicaciones”. Lo que pasa es que para la auténtica “creación a partir de la nada” no puede haber explicación alguna porque “de la nada no sale nada”, según nuestra experiencia habitual. En el mismo instante en que un científico afirma tener una teoría acerca de cómo podría el cosmos haberse originado de la nada, cae inmediatamente en una contradicción lógica inevitable. Decir que “todo” surgió sin causa de la “nada” es una creencia teológica y nunca una verdadera teoría científica. Por tanto, vuelvo a insistir, sin un Creador sobrenatural no puede haber creatio ex nihilo. El filósofo y teólogo cristiano, William Lane Craig, sostiene que la cosmología moderna ha intentando por todos los medios elaborar hipótesis que favorezcan la idea de un universo sin principio en el tiempo. No obstante, el fracaso reiterado de tales intentos refuerza más bien todo lo contrario. A saber, que el cosmos material tuvo un origen temporal. Y como todo aquello que comienza a existir tiene una causa, luego también el universo requiere una causa original.8 En efecto, de la segunda ley física de la termodinámica se desprende que el cosmos se está quedando sin energía utilizable. De manera que, en el supuesto de que fuera eterno, ya habría perdido toda su energía. Luego esta ley apunta claramente hacia un principio temporal. Por su parte, el matemático, Alexander Friedmann, y el astrónomo, George Lemaitre, trabajado con las ecuaciones de la teoría general de la relatividad de Albert Einstein, predijeron que el universo debería estar expandiéndose en la actualidad. Esto se pudo comprobar experimentalmente en 1929, cuando el astrónomo estadounidense, Edwin Hubble, observó el desplazamiento al rojo de la luz procedente de las galaxias más alejadas. Tales evidencias confirmaron no sólo que el universo se estaba expandiendo sino que, si se retrocedía lo suficiente en el tiempo, el cosmos se habría originado a partir de un solo punto en un pasado finito. La idea de creación volvió a introducirse en la ciencia desplazando a la antigua creencia de que el universo había estado siempre ahí. Recientemente muchos cosmólogos, como Arvin Borde, Alan Guth y Alexander Vilenkin entre otros, han manifestado su opinión de que cualquier universo que se haya estado expandiendo no puede ser eterno en el pasado sino que debe tener un comienzo absoluto.9 Tal conclusión se aplicaría incluso al multiverso, en el supuesto de que semejante concepción existiera en la realidad. Todo esto viene a corroborar que los físicos teóricos ya no pueden ocultarse detrás de la idea de un cosmos eterno en el pasado sino que deben enfrentarse al problema del un origen en el tiempo. A mi modo de ver, como el universo no se puede causar a sí mismo -por mucho que deseen demostrar lo contrario los amantes de las matemáticas imposibles-, su causa original debe estar más allá del espacio y del tiempo. Tiene que ser una razón trascendente, ilimitada en el espacio, atemporal, inmaterial, incausada y tremendamente poderosa. Es decir, una causa notablemente parecida al Dios de que nos habla la Biblia. De manera que es bastante razonable creer que tal Dios existe y que sólo Él pudo crear el universo.
BIBLIOGRAFÍA
1 Hawking, S. W., 1988, Historia del tiempo, Crítica, Barcelona, p. 187. 2 http://web.stanford.edu/~alinde/ 3 Vilenkin, A., 1983, Birth of Inflationary Universes, Phys. Rev. D 27 (12): 2848–2855. 4 Smolin, L. & Mangabeira, R., 2014, The Singular Universe and the Reality of Time: A Proposal in Natural Philosophy, Cambridge University Press. 5 http://www.perimeterinstitute.ca/people/neil-turok 6 http://www.ast.cam.ac.uk/~mjr/ 7 Carroll, W. E., 2003, La creación y las ciencias naturales: actualidad de Santo Tomás de Aquino, Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile. 8 Craig, W. L., 2014, “Naturalismo y cosmología” en Dios y las cosmologías modernas, Soler Gil, F. J., Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, pp. 49-99.
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